¡Baila, baila, bailarina!
La damisela
tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era
bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de
plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.
“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué
fina es; si hasta vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una
caja de cartón en la que ya habitamos veinticinco: no es un lugar propio
para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de conocerla.”
Fin de semana trabajando como una loca pero allá voy haciendo encarguito tras encarguito y aquí está la de Adriana.
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